Esta ciudad, con el Danubio como cicerone, invita al paseo y a descubrir pausadamente sus múltiples rincones de belleza ‘postalera’.
El denominado 'Paseo del Danubio' regala fantásticas perspectivas de la ciudad. |
“Las ciudades son libros que se leen con los pies” es la manida
cita que, inevitablemente, se me ha venido a la cabeza cuando me he puesto a
escribir este post sobre paseos ‘budapesinos’. El ‘sabelotodo’ de ‘Mr. Google’
me cuenta que la frasecita en cuestión se la debemos a Quintín Cabrera, un
cantautor uruguayo ya fallecido, aunque hay dudas razonables sobre su autoría. Esta
‘perorata’ viene a cuento porque Budapest es una ciudad ideal para ‘leerla’, con
los pies se entiende, una… y mil veces.
Con el valor añadido que poseen las capitales atravesadas por un río, Budapest saca pecho porque ‘su’ Danubio no es un río cualquiera. De hecho, el denominado, Duna Korzó (‘Paseo del Danubio’), que va desde el puente de Elizabeth hasta el famoso puente de las Cadenas, aparece en todas las guías de la ciudad como cita ineludible. El paseíto gana al atardecer o en ‘sesión golfa’, esto es, con la ciudad ya iluminada y las terrazas con ropajes de fiesta. La estampa, con la colina de Gellert en un extremo y el Puente de las Cadenas en otro, es ‘postalera’ a más no poder: Un horizonte rebosante de monumentalidad, con el Palacio Real, el bastión de los pescadores o la basílica de San Matías reflejándose en las aguas del río, para regocijo de los ‘foteros’.
Con el valor añadido que poseen las capitales atravesadas por un río, Budapest saca pecho porque ‘su’ Danubio no es un río cualquiera. De hecho, el denominado, Duna Korzó (‘Paseo del Danubio’), que va desde el puente de Elizabeth hasta el famoso puente de las Cadenas, aparece en todas las guías de la ciudad como cita ineludible. El paseíto gana al atardecer o en ‘sesión golfa’, esto es, con la ciudad ya iluminada y las terrazas con ropajes de fiesta. La estampa, con la colina de Gellert en un extremo y el Puente de las Cadenas en otro, es ‘postalera’ a más no poder: Un horizonte rebosante de monumentalidad, con el Palacio Real, el bastión de los pescadores o la basílica de San Matías reflejándose en las aguas del río, para regocijo de los ‘foteros’.
El puente de las Cadenas puede que sea uno de los más fotografiados del mundo. |
Otra zona fantástica para pasear
es la Avenida de Andrássy, donde se encuentra la Ópera Nacional, uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad. Con unos tres kilómetros de recorrido, Andrássy ofrece un paisaje urbano variopinto: Arranca, en la parte más próxima al centro, con innumerables tiendas de moda de las marcas más exclusivas, mientras que a partir de la plaza de Oktogon se concentran antiguos
y decadentes palacios, que en muchos casos son sedes de embajadas.
A modo de metáfora vital ‘low cost’, en los márgenes del
‘camino principal’ aparecen opciones muy interesantes y, personalmente, algunos
de los rincones que más me gustaron. En los alrededores de la Ópera hay varias
calles –alguna peatonal como Nagymezó-
repletas de cafés y bares que invitan a hacer una ‘paraita’ para refrescar el
gaznate con decorado bohemio de fondo.
El barrio de La Ópera es muy animado, ya que se concentran múltiples bares y terrazas. |
Tampoco hay que perderse la colección de terrazas y
restaurantes de la plaza Liszt Ferenc, junto a la de Oktogon. No
comimos allí, pero nos pareció una opción fantástica -estética ‘modernita’ al
margen- ya que había más ‘nativos’ que ‘forasteros’, lo que siempre es una
buena tarjeta de visita. Encontrar una zona libre de turistas en Budapest
resulta imposible, al menos en agosto.
En la 'hiper-turística' 'Buda' también hay rincones tranquilos. |
La Avenida de Andrássy termina en la Plaza de los Héroes, donde además del monumento al Milenio (tremendo el nombrecito), se encuentra el Museo de Bellas Artes y un coqueto parquecito al fondo, (justo antes de llegar al balneario Szécheny) que parece sacado de una película de Meg Ryan, con todos los perejiles ‘romanticones’ imaginables, lago almibarado incluido. Para la vuelta, se puede coger el metro amarillo (línea 1) que es un reclamo turístico en sí mismo. Se trata, después del subterráneo de Londres, del metro más antiguo de Europa.
Y, por último, la otra zona en la
que me flipé perdiéndome sin guía ni destino fijo fueron las calles que se
encuentran detrás de la
fabulosa Iglesia de San Esteban, con dirección al Parlamento.
Zonas verdes, plazas, monumentalidad exagerada (made in Budapest) y el placer
de pasear por una ciudad a la que tienes ganas de volver cuando todavía no te
has ido. Me imaginaba el regreso con frío, nieve quizás, y con ganas de
descubrir nuevos rincones, donde seguir leyendo, con los pies naturalmente, el hechizante libro de la ciudad de
Budapest.