Casablanca es un recuerdo de sí misma. Su presente
ruinoso esconde un pasado cargado de oropel y gloria.
Solapados por la mugre y el deterioro asoman los
restos de una arquitectura de impresión, sombras de una ciudad de bandera que
de la mano de los franceses, cuya ocupación duró más de cuatro décadas,
abrazó las vanguardias en la primera mitad del siglo pasado. A la actual Casa,
que es como la llaman los marroquíes, sólo la salva su vitalidad, efluvios
cosmopolitas de tiempos pretéritos, y la energía portuaria de una urbe que se
abraza a Occidente como ninguna otra en Marruecos.
La Mezquita de Hassan II, la única de todo el
Magreb abierta a los no musulmanes, justifica por sí sola la visita a
Casablanca. Asentada en dos terceras partes sobre el mar, regala una estampa
sobrecogedora, especialmente si se descubre por la cara este, tras un paseo de
una media hora desde el centro, y se contempla a la majestuosa edificación
azotada por el viento y el agua. Construida a finales de la década de los
ochenta, su interior es casi más impresionante, como también lo fue el coste de
su construcción (500 millones de dólares de la época) y el del mantenimiento,
en el que trabajan 300 personas cada día. En la
Mezquita todo es desmesura. Su minarete, con 210
metros, es el más alto del mundo, está preparada para recibir
a más de 25.000 fieles en el
interior y a otros 80.000 en la explanada contigua. El propósito del gobierno
marroquí es que se convierta en un centro cultural y turístico que facilite el
acercamiento de los occidentales al Islam. La visita guiada, también en
español, es un valor añadido.
Otro
parada ineludible en Casablanca es la
Nouvelle Medine,
situada en el barrio de Harbous, y construida por los franceses en la primera
mitad del siglo XX para solucionar los problemas de vivienda que acarreó el
incremento de población de la ciudad recién ocupada. Es una medina a la
francesa. Idealizada, más diáfana, con gran gusto por los detalles y exquisita
arquitectura, lo que la convierte en una recreación deliciosa de las medinas
tradicionales. En la actualidad alberga numerosas tiendas, fundamentalmente
destinadas a turistas, donde el regateo, además de aceptado por los vendedores,
resulta imprescindible para conseguir un precio razonable.
La cerveza imposible
Los
antros de Casablanca bien merecen un capítulo aparte. La mayoría de los locales
con licencia para vender alcohol son infames tabernas con prostituta
incorporada, se trata de bares sórdidos, oscuros y exclusivamente masculinos,
en los que tomarse una simple cerveza muta en actividad de riesgo. Sin duda,
quienes busquen la autenticidad sin almidón y la aventura por deporte no deben
perdérselos, el común de los mortales debería
evitarlos.
El
Rick’s
Café, donde sirven alcohol, tampoco merece la pena … y justo por lo
contrario. Es un sitio estirado, al que le sobran ínfulas, acartonamiento y
unos cuantos dirhams en los precios de su carta. Quien venga a Casablanca siguiendo
los pasos de Bogart seguramente termine con su osamenta en este bar, que
presume de haber reproducido con fidelidad el decorado de la famosa película.
Sólo recomendable para mitómanos sin remedio a los que no les importe rascarse
el bolsillo rodeado de turistas.
La Corniche, en el exclusivo barrio de Ain Diab, es una opción más saludable, ya sea para tomar una cerveza o para pasar la tarde. Se trata de un enorme paseo marítimo, pretendidamente ampuloso, donde hay numerosas terrazas, literalmente sobre el mar, que resultan ideales para disfrutar de una puesta de sol, acompañada con alguno de los deliciosos batidos naturales que suelen servir. Esta zona, además de contar con algunos restaurantes de nivel y un Mcdonalds con enclave de cinco tenedores y vistas al mar, acoge los únicos locales nocturnos, discotecas de grandes hoteles al margen, medianamente recomendables de la ciudad.
El
barrio de Anfa, donde se acumulan
las tiendas de las grandes marcas europeas y al que acude la juventud más
moderna y pudiente de la ciudad, es otra buena alternativa para pasar la tarde
entre teteras y dulces; aunque aquí los autóctonos prefieren el café, más
moderno y occidental. Cualquiera de las cafeterías que flanquean la zona de
compra son lugares ideales para hacer un receso y jugar a los antropólogos
durante media hora o … durante toda una vida, ¿quién sabe? No hay que
subestimar a esta ciudad de leyenda, cargada de literatura y tremendamente
seductora. Pese a su decadencia, la actual Casablanca mantiene un particular
encanto, con Bogart en el horizonte y el recuerdo sepia de un París inventado.
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