La llegada a Camboya en busca de los templos de Angkor fue impactante. Siemp Reap, ciudad que se encuentra a menos de 5 km de los templos, estaba completamente anegada. La naturalidad con la que la gente se movía en el improvisado embalse nos desconcertaba aún más.
En la maniobra de aterrizaje del mini-avión de Lao Airlines ya se anticipaba lo que nos esperaba. Agua, agua y más agua. Cuando llegamos a tierra anegada y nada firme, en el aeropuerto nos confirmaron la previsión: la ciudad llevaba un par de días inundada. Compartimos monovolumen con otros cuatro españoles (7 dólares el trayecto) y alucinamos. Según íbamos aproximándonos a la zona de hoteles todo parecía complicarse y nuestro desconcierto se multiplicaba. Que locales y forasteros se movieran con total naturalidad por calles donde el agua les llegaba hasta las rodillas tampoco ayudaba a tranquilizarnos. No sabíamos si las inundaciones irían a más, si podríamos visitar los templos, si tendríamos que largarnos por piernas y flotador en ristre…
La tarde de nuestra llegada más de la mitad de Siemp Reap estaba completamente inundada y apenas pudimos salir del hotel. Un bajonazo. Después de la que habíamos montado y gastado (unos 300 euros en billetes de avión) para ver los templos y estando a sólo 10 minutos no sabíamos si podríamos visitarlos. La fortísima tormenta de bienvenida no presagiaba nada bueno.
Sin embargo, y contra todos los pronósticos, la lluvia apenas nos importunó durante los días de la visita y pudimos explorar Angkor sin problemas, cansancio y grupos de japoneses al margen. Por las tardes, de vuelta a la ciudad cada día le ganamos alguna calle por la que poder fisgonear, aunque, ciertamente, Siemp Reap no tiene mayor interés que su cercanía a los increíbles templos de Angkor.
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