Vientiane no destaca por su monumentalidad, tampoco tiene rincones de postal, ni hitos arquitectónicos que la hagan única, sin embargo, es una gozada pasar un par de días y disfrutar de su pausa cuasi poética. A nosotros nos fascinó. Frente al vértigo y al tumulto que uno imagina que caracterizan al sudeste asiático, Vientiane, que pareciera extraviada de su época, presume de tranquilidad provinciana.
Estuvimos un par de noches y día y medio de visita real. Los principales monumentos se pueden visitar en un solo día a pie. Sólo para ir al Pha That Luang es necesario pillar un tuktuk. Los taxistas pedirán una cantidad desmedida, enseñan una lista de precios plastificada, pero aceptarán, al menos, la mitad de la tarifa que muestran. Como siempre, el precio final dependerá de la paciencia y la habilidad de regateo de cada quién (aproximadamente por 25.000 kips se puede ir al Pha That Luang ). La mayoría de los templos y monumentos cierran a las 16.00 h y hacen un descanso para el almuerzo de 12.00 a 13.00 h.
Paseo por el Mekong. El día de nuestra llegada nos dimos una vuelta por la ribera del río. Era domingo y estaba muy concurrido, muchos jóvenes laosianos pasaban la tarde con el Mekong de fondo. Nosotros íbamos caminando, pero los pocos turistas con los que nos cruzamos escogieron la bici (una buena opción, ya que por menos de un euro puedes alquilar una durante todo el día). Seguimos con la caminata para terminar haciendo una ruta panorámica por la ciudad. Vimos el Nam Phu, los principales templos y el palacio real (todo desde el exterior). Finalmente, sin saberlo, llegamos hasta el Patuxai.
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Una tarde de domingo disfrutando del clima a orillas del Mekong |
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